¿Qué es Agricultura Resiliente al Cambio Climático?

La Agricultura Resiliente al Cambio Climático es la agricultura capaz de enfrentar y amortizar los efectos del cambio climático. 

En 2020, de acuerdo a la Organización Meteorológica Mundial, la temperatura media anual del planeta superó en 1,2 °C los valores normales. Según las previsiones, la temperatura media estimada para los próximos 20 años alcanzará o superará los 1,5 °C de calentamiento, con el impacto social y económico que esto conlleva en los diferentes territorios.

En este contexto, es necesario poner el foco y prestar especial atención a aquellas prácticas cotidianas desarrolladas por pequeños agricultores, pueblos indígenas y comunidades tradicionales que aumentan la resiliencia climática y que pueden replicarse en otros contextos y a otras escalas.

Efectos del calentamiento global en la agricultura

Todos los continentes se han visto afectados por los efectos adversos del cambio climático. Uno de los cambios más evidentes ha sido el rendimiento de los cultivos, que ha ocasionado una disminución en la producción de los alimentos a nivel global. 

Según el último informe El estado de la seguridad alimentaria y la nutrición en el mundo (2022), publicado por  la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO): En 2021, el hambre afectaba a 278 millones de personas en África, 425 millones en Asia y 56,5 millones en América Latina y el Caribe, esto es, el 20,2%, el 9,1% y el 8,6% de la población, respectivamente. 

El último informe de Avance de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (2022), revela datos alarmantes:  En América Latina el ODS 2 “Hambre Cero” y su la meta 2.3 de “Asegurar el acceso de todas las personas a una alimentación sana, nutritiva y suficiente” está muy lejos de cumplirse y presenta retrocesos respecto a años anteriores. Esto se explica en parte por las crisis económica/social y el calentamiento global que empeora las condiciones en la que la agricultura familiar debe producir. 

En este contexto, y teniendo en cuenta que en América Latina el 80% de las explotaciones pertenecen a este tipo de agricultura – incluyendo a más de 60 millones de personas según datos de FAO -, resalta la importancia de la agricultura familiar para lograr la erradicación del hambre, garantizar la sostenibilidad del medio ambiente y la conservación de la biodiversidad frente al cambio climático es sumamente importante.

A su vez, la garantía del acceso a la tierra para indígenas, comunidades tradicionales, agricultores familiares y demás personas productoras de alimentos a pequeña escala, es fundamental para la mejora de estos datos preocupantes.  

Alternativas de los agricultores y agricultoras para los semiáridos

Ante los efectos adversos del cambio climático, cada vez más productores y productoras de los territorios optan por soluciones resilientes, que les permitan una convivencia adecuada en los semiáridos. Un ecosistema resiliente al cambio climático permitirá mayor adaptación a las irregularidades del clima.

Según la Universidad Carlemany, algunas propuestas que permiten adaptar a los cultivos a los efectos del  cambio climático pueden ser:

1.  Fomentar la biodiversidad y utilizar cubierta vegetal en los suelos de forma permanente.

2.  Promover las siembras  de cultivos diversos (para evitar el monocultivo).

3.  Crear pozos y reservorios que permitan el uso eficiente del agua y evitar las escorrentías.

4.  Sembrar en espacios controlados con barreras para evitar especies invasoras.

5.  Evitar los fertilizantes químicos y conocer el PH del suelo para nutrirlo de forma adecuada. 

La Agricultura Resiliente al Clima 

En este marco, resiliencia se entiende según FAO como la “capacidad de prevenir desastres y crisis, así como de preverlos, amortiguarlos, tenerlos en cuenta o recuperarse de ellos a tiempo y de forma eficiente y sostenible”. 

Esto, aplicado al ámbito de la agricultura, implica una serie de buenas prácticas para conseguir ese objetivo, que deben ser sostenidas en el tiempo para lograr su efectividad. 

En este sentido, la relación entre resiliencia y ecosistema es bidireccional: la agricultura resiliente es aquella que tiene en cuenta el medio y que, por lo tanto, intenta no degradarlo sin comprometer la productividad. 

En términos de la FAO, significa una “producción que integre la biodiversidad, mantenga e incluso amplíe la provisión de servicios ecosistémicos, disminuya las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI), se adapte al cambio climático y prevenga y gestione el riesgo de desastres”.

Como vimos anteriormente, la necesidad de conservar los ecosistemas y reducir las emisiones de GEI es urgente. Sin embargo, esto no necesariamente debe verse de forma negativa como una restricción al desarrollo productivo de los sistemas alimentarios; sino, por el contrario, podemos optar por una perspectiva transformadora, que nos invita a pensar en innovaciones tecnológicas e institucionales que sean un puntapié para un renovado crecimiento económico, bajo la premisa de que “es posible vivir en armonía con el Semiárido”.

La resiliencia climática desde los Semiáridos 

El proyecto DAKI – Semiárido Vivo pretende contribuir a la lucha contra el cambio climático en tres regiones semiáridas de América Latina: el Corredor Seco Centroamericano (CSC), el Gran Chaco Americano (GCA) y el Semiárido Brasileño (SAB). 

Para ello, busca dar visibilidad a experiencias, métodos y tecnologías sociales que aumentan la resiliencia climática, formando multiplicadores en ARC que puedan replicar experiencias exitosas en otros entornos y escalas. En el site del proyecto están disponibles cuatro colecciones de experiencias en Agricultura Resiliente al Cambio Climático.

Además, comprendiendo que la lucha contra el cambio climático debe basarse en la democratización del acceso al agua y a la tierra, la promoción de suelos sanos y bosques conservados y el empoderamiento y la garantía de los derechos de la población mediante políticas públicas contextualizadas, se busca fortalecer las habilidades de los agricultores/as para intervenir en programas y políticas públicas y generar incidencia concreta en dichas temáticas.

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